domingo, 4 de marzo de 2007

AhOrA TaPa De ReViStA


Siempre voy a seguir haciendo Folklore
Después de 10 años de carrera, la niña de oro es una mujer hecha y derecha. Y antes de subir al escenario de Luján, analiza el folklore, habla de su casamiento y confiesa: “Me gustaría disfrutar un poco más de lo que hago”.

De la niña que subió, tímida, al escenario de Cosquín en 1996, está intacta la frescura que tiene como carta de presentación. Es que su carisma no es sólo una postura escénica, sino que es algo que le ocurre naturalmente, como le ocurre la risa, como le salen las canciones. Porque Soledad Pastorutti es como la lluvia que nos acompaña en la mañana de Buenos Aires: natural, espontánea, impetuosa. El viento de los años se ha llevado su cara de nena, pero dejó a resguardo la simpleza con la que acompaña sus palabras.

Volar alto
Unos dientes blancos y risueños le rodean los gestos, que no para de hacer mientras explica el comienzo de su historia dentro de la música popular argentina. “Empecé a los seis años a estudiar piano y aprendí a leer música, pero mi papá quería que aprenda a tocar la guitarra porque él ama el folklore”, revela. Su mundo de niña estaba habitado de tradición musical: en su pieza tenía una guitarra, un poncho y un bombo.

Y así arrancó el idilio. A los ocho años, impulsada por su padre, tomó sus primeras clases de guitarra y en las reuniones familiares imitaba a Teresa Parodi. “Cantaba Apurate José.

Animaba las fiestas, era el payasito de la familia”, cuenta.
Corría 1988 y la niña se estrena como cantante, pero sólo tiene media zamba aprendida. Igual se ofrece para cantar en el festival de su escuela. Diminuta y vivaz, se aferra al micrófono y empieza a moverse por todo el escenario. Unos pocos reunidos en torno de ella la miran con sorpresa. Pero el país tuvo que esperar hasta 1996 para conocer la fuerza de su voz, cuando varias actuaciones suyas dieron que hablar en la peña de César Isella en Cosquín y la pequeña cantante de Santa Fe fue convocada al escenario de Cosquín. Allí pasó a consideración de la música nacional. “Mi papá insistió mucho para que yo cante. El fue el primero que estaba convencido de que el mío era el camino de la música”, dice agradecida.

Conductora de programas de televisión, actriz de cine y telenovelas, Soledad admite que la música la atraviesa más que cualquier otra expresión artística. “Un artista popular tiene la posibilidad de mostrarse haciendo otras cosas que no sea cantar, pero el núcleo de mi carrera es la canción. A partir de eso, llego a lo demás. Si dejo de cantar, no sé si alguien me va a llamar para hacer otra cosa. Pero si me convocan para hacer algo distinto, yo digo que sí porque me encantan los desafíos y porque pienso que esto es como la comida: no podés decir que no te gusta si no la probaste. Lo hago además porque tengo claro que mi carrera dentro de mi país va a sufrir buenos y malos momentos sí o sí y hasta un desgaste lógico. Entonces, hacer otras cosas, me da la posibilidad de avanzar”, explica.

-¿Y en cuál de esas etapas estás?

-Siempre digo que estoy en mi mejor momento, porque estamos combinando un buen nivel popular: la gente nos va a ver a todos lados y tiene muchas ganas de revolear el poncho y además muestra mucha curiosidad por lo que estoy haciendo. También hemos crecido como banda, en los sonidos, y yo crecí mucho como cantante. Es una linda combinación.

Experta a pesar de sus jóvenes 26 años, admite que el camino dentro de la música tiene sus momentos que no son tan gratos y que a veces el mismo éxito es complicado de manejar. “Siento que a veces la popularidad genera una forma de vida que a veces te impide crecer. Vivimos de gira en gira y eso complica un poco las cosas. Pero me siento muy segura de lo que hago. Porque a pesar de que parezco muy segura arriba del escenario, no lo soy tanto. Entonces, cuando estoy bien se nota mucho en el espectáculo”, reconoce.

Aprender del éxito
Soledad mira fijamente a los ojos, aporta respuestas largas y hay que esperar que su torrente verbal se detenga para ensayar una pregunta. Y a pesar de que arriba del escenario es el mismo huracán musical de siempre, cuando se desenchufa el micrófono es La Sole de toda la vida. La misma que va a comprar en bicicleta al mercado de su Arequito natal. La muchacha que sale a bailar con sus amigas al boliche del pueblo.

-¿El mismo éxito fue el que no te permitió buscar cosas nuevas dentro de la música?

-Me jugó en contra, porque después del éxito de 1996 y 1997 cualquier cosa que venga me va a parecer poco. Pero supimos bancarnos esa situación. Y hablo de un equipo porque yo pongo la cara, porque tengo un grupo de gente que me acompaña en el camino: mis músicos me cuidan mucho y mi familia me apoya. Así, logramos bancarnos el bajón que vino después, que creo tuvo que ver con la inconsciencia del fenómeno que estábamos viviendo. Empezar con éxito no es fácil, pero siempre está bueno ser reconocido. A mí me pasó al revés. Por eso, hoy por hoy, mi objetivo es mantenerme.

-Sentís que ya cumpliste con el folklore y que ya podés hacer otra cosa?

-No, no siento que deba cumplir con el folklore. Es un estilo que me encanta y que no dejaré de hacer nunca. Es cierto que por la edad estaría bueno incursionar en otros géneros o fusionar, pero todavía no he llegado a una fusión perfecta. Eso creo que le haría muy bien a nuestro folklore, sin perder a los artistas más tradicionales, porque necesitamos que todo siga vivo, que convivan ambas cosas. Por ejemplo, mi canción Tren del cielo tiene una mezcla perfecta que conserva lo tradicional y dispara lo moderno. Es mi canción más pop, pero la gente no lo percibió así. Fue muy popular.

Grabado en la memoria
Sus tres primeros discos tienen un tinte arraigado en lo más tradicional del folklore, comparado con su cuarto trabajo, Yo sí quiero a mi país, grabado en 1999 con el productor cubano Emilio Estefan. Ese material le valió un mar de críticas a la cantante, pero ella, más madura que entonces, parece aprender de todo. “En ese momento pensé si no había metido la pata, pero hoy la veo como positiva esa etapa. Ahora me doy cuenta de que aprendí mucho porque era muy chica, era la primera vez que salía del país y además era una especie de escarapela para los argentinos, un estandarte un tanto intocable. Y eso parecía que me impedía ir a Miami, siquiera para visitar la ciudad. Porque acá somos así. No se perdona la apertura, aunque creo que como país debemos ser abiertos sin descuidar lo nuestro. Ojalá hubiese quedado la cultura indígena, que es la que realmente representa esta tierra, pero somos una mezcla de naciones y debemos buscar nuestra identidad en ese contexto”, dice.

-Te impusieron un cambio de imagen en esa etapa?

-No hubo un cambio de look indicado ni sugerido por nadie. Yo estaba creciendo y de repente iba a una peluquería y me cortaba el pelo y me teñía como yo quería, como lo hago ahora. Aprendí con el tiempo a cuidar mucho el vestuario arriba del escenario. Me gusta que todo esté acorde a lo que muestro en las canciones, a lo que soy yo.

El ojo en el folklore
Con la charla empezada, el mozo apoya un café cortado cerca suyo. Con sutileza, Soledad lo endulza con un sobre de azúcar y lo revuelve, pero nunca deja de hablar. Hasta se resigna de tomarlo porque, claro, el pocillo en los labios le molesta en las frases. Se acomoda el cabello mientras escucha la pregunta y antes de beber otro sorbo analiza el folklore actual. “Es un género que reitera mucho su repertorio, que le cuesta probar algo nuevo. Me gusta mucho lo que hace Abel Pintos, pero a mí me costó muchas críticas probar con canciones nuevas. Hoy siento que hago lo que me gusta y lo puedo defender.

Hay una división ideológica dentro del folklore: una rama más hippie o under y nosotros, que nos tildan más de comerciales. Pero es un trabajo. Si vos hacés pizzas querés que se vendan y yo vivo de vender discos y entradas. Para mi gusto, debería haber más fusión y aportar canciones nuevas que reflejen la realidad actual. Pero la música ha perdido profundidad en sus letras porque ha cambiado mucho la sociedad: ahora es todo más volátil”, analiza.

-¿Eso conspira contra los poetas?

-Sí. Y entonces pueden existir buenos poetas, pero no tienen éxito y estaría bueno que lo tengan. Sería bueno que el folklore tuviese un Sabina. Pero igual están León Gieco, Víctor Heredia y Raly Barrionuevo. Aunque el folklore sigue siendo un fenómeno del interior del país. En las otras provincias es una forma de vida: viven cantando y copleando. Esa es una diferencia con Buenos Aires. Acá los gustos se dividen, hay mucha oferta cultural. Pero en muchos lugares, el folklore es masivo. El Festival de la Tonada, en Mendoza, junta 60 mil personas. Pero eso no repercute en los medios. Y bueno, son las reglas del juego, yo no reniego de eso.

Soledad íntima
Desde hace algunos años, Soledad comparte su vida con Jeremías, con quien pronto formalizará una larga relación. Tiene pensada su boda para abril y ocupa su tiempo de agitada agenda de verano entre los viajes para cantar y los preparativos de su casamiento. Pero además, Jeremías se encarga de la parte operativa de sus shows. “Tenemos el grupo dividido en dos: él es el manager de los músicos y yo me muevo con mi hermana Natalia. Va a las pruebas de sonido, arma todo y nos espera”, dice. Lejos de desgastarlos, compartir el trabajo los favoreció como pareja hasta decidirlos al matrimonio. “Eso nos hace bien. El entiende mi trabajo porque está adentro. La cosa hubiese sido otra si él fuera el cantante y yo debería esperarlo en casa”, dice risueña.

-¿Tenés pensado ser madre en lo inmediato?

-Me gustaría dejarlo para más adelante. Pero será lo que Dios quiera. Soy joven y estoy en el mejor momento de mi carrera. Además, quisiera tener el tiempo para dar lo mejor de mí y hoy estoy muy ocupada con la música.

-¿Vas a parar de cantar por la boda?

-Sí, pero mi objetivo es el exterior del país; a eso apuntaré en esta etapa. Siempre prioricé la Argentina porque este mercado es muy generoso conmigo, pero no siempre va a ser así. Entonces, quiero generar colchones.

-¿Qué música escuchás?

-De todo y a veces me quejo de eso, porque no escucho tanto folklore y entonces me cuesta renovar mi repertorio. Soy más tradicionalista para escuchar, mucho Veracruz, Alfredo Zitarrosa. Me cuesta escuchar lo nuevo, pero me gusta Abel Pintos, Los Nocheros, el Chaqueño. Y también me gusta la cumbia, el rock que hace La Renga y escucho Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina.

-¿Si tenés que presentarte ante alguien que no te conoce, cómo lo harías?

-Me presentaría como cantante sí o sí. No me considero actriz, ni conductora, ni mucho menos. Ojalá el día de mañana tenga la posibilidad de estudiar para hacer las cosas mejor de lo que las hice. Pero yo soy cantante, ni siquiera música, porque si bien toco la guitarra no me defiendo tan bien.

-¿Si no estuvieses observada constantemente debido a tu exposición pública, ¿qué cosa te gustaría hacer?

-En mi pueblo vivo libremente. Pero si voy a bailar a otro lado es muy distinto. Si no fuera Soledad y me toman el pelo reaccionaría de otra manera. La gente se queda con la imagen de esos dos minutos que te ve. Por eso mi peor karma es que me digan que estoy agrandada, que el éxito me hizo cambiar.

Los más de diez años en la música popular del país no han sido un proceso lento para ella. “He vivido diez años muy rápido. Quisiera disfrutar lo que hago un poco más, no ser tan exigente conmigo. Mi primera crítica soy yo. Creo que ninguno fue tan duro conmigo como yo misma. Cuando tengo un show estoy concentrada como los jugadores de fútbol antes de los partidos. Por ejemplo, un día normal hablo todo el día y no pierdo la voz, pero cuando tengo un recital, pongo nerviosa y me agarran los dolores. Eso me lleva a no poder disfrutar, pero creo que la experiencia me va a hacer superar eso. Hace diez años que vivo muy rápido”, se lamenta.

Despreocupada ya del viento que le atormentó el peinado durante la sesión de fotos a la que accedió sin preocuparse por la lluvia, Soledad se acomoda en la silla, se pone más reflexiva que antes y suelta la última frase. “La música para mi significa la vida.”

Esteban Raies

No hay comentarios: